Cuentober 2020, día 06
Fantástica pesadilla
El putrefacto olor de los restos humanos y animales que le rodeaban le retorcía el estómago, pero no podía permitirse hacer ruido.
El siniestro y rítmico golpeteo de cascos contra las piedras del camino, interrumpido sólo por el ocasional crujir de hojas secas, parecía acercarse al lugar donde estaba oculto, entre un tronco caído y los cadáveres abandonados de lo que parecía el escenario de una reciente y sangrienta batalla.
¿Cómo pudo complicarse todo tan rápido?
Todo era culpa de Steve. Y suya, claro, por haber aceptado el consejo de su viejo compañero de cuarto. Sólo de pensar en la clase de estupideces que tantas veces lo metieron en apuros cuando ambos estaban en la universidad, se sentía como un idiota por haber vuelto a confiar en él.
Y todo por un simple bloqueo creativo. Seguro había formas más simples de hallar una idea para su nuevo cómic, pero la presión de su editor, que no dejaba de enviarle correos y mensajes, lo había llevado a buscar medidas desesperadas.
Pero la verdad era que sólo podía culparse a sí mismo. Esta loca idea de tomar en serio a una empresa que entre sus servicios ofrecía simulaciones realistas con los parámetros de tu preferencia sonaba demasiado buena para ser cierta.
Además, si su desconfianza inicial no había sido suficiente, luego de ser recibido por ese siniestro anfitrión enfundado en su pulcro y anticuado traje blanco, con esa sonrisa que no tocaba sus ojos y de algún modo resultaba más amenazante que si estuviera haciendo alguna feroz mueca, debió dar marcha atrás y cancelar todo.
Pero estaba desesperado. Habían pasado meses desde la última vez que escribió algo, lo que fuera, y todos sus intentos por dibujar una página habían terminado en desastre, así que ni siquiera le quedaba la opción de pensar en colaborar con alguien.
Necesitaba una idea, pronto, y algunos bocetos para aplacar a su editor. No podía permitirse que rescindieran su contrato, y menos si como resultado debía pagar una indemnización.
Y pensar que apenas unos meses atrás creía que su carrera por fin estaba floreciendo.
El resonar de los cascos parecía alejarse.
Evaluó sus opciones y decidió volver al camino y regresar por donde había venido. Tal vez tardarían en darse cuenta de que no había seguido aquella dirección, y quizás para entonces habría hallado una forma de salir de ahí. Le dijeron que había salvaguardas para evitar accidentes, pero debía haber algún glitch en el sistema, porque ninguno de sus intentos por finalizar el escenario había resultado.
Se levantó y se sacudió cuanta suciedad pudo. Se acercó con cautela al camino. No había señales de esas bestias. Empezó a caminar con paso rápido, pero sin correr, y no dejaba de mirar por encima de su hombro. Una cosa era segura: no volvería a escribir fantasía. Si algo le quedaba claro después de esta experiencia, es que había muchas cosas que jamás volvería a ver igual.
Tal vez era momento de olvidarse de su anterior recelo y prejuicios y empezar a trabajar en una novela gráfica que retratara la triste, solitaria y poco glamorosa vida diaria de un autor de cómics. Sabía bien que había un mercado para ello.
Escribir de sus experiencias parecía una buena opción, pero si de algo estaba seguro era de que sería muy difícil que sus lectores habituales aceptaran a los unicornios como bestias sanguinarias y crueles, capaces de arrasar aldeas enteras pese a deambular sólo en parejas, y no había modo de que él volviera verlos de otra manera.
Le pareció escuchar un galope lejano y, sin siquiera voltear a ver, salió del camino y empezó a correr tan rápido como podía...
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