Cuentober 2020, día 10

Provisiones

Pocas cosas causan una impresión tan grande como ver a un no-muerto destripar a un hombre.

No había escuchado gritos, lo que le pareció extraño, pero por la mueca en el rostro de Tom y la posición de sus brazos comprendió que había sufrido un infarto, quizás cuando el zombi, oculto de algún modo en el baño, lo había sorprendido. Debió tenerlo encima antes de darse cuenta, y no sólo fue incapaz de defenderse, sino que ni siquiera pudo gritar.

Aguantó las ganas de vomitar y tragó saliva. Levantó su mazo y con un certero golpe aplastó la cabeza de la criatura. El sonido y la visión resultantes fueron demasiado, y descargó el contenido de su estómago encima de ambos cuerpos.

Usó una manga para limpiarse la boca, pero eso no eliminó el sabor a bilis. Se acercó al lavabo para lavarse la cara, llevándose un poco de agua a la boca para enjuagarla. Buscó con la vista el rifle de Tom y lo vio recargado en la pared. Lo tomó y se lo colgó al hombro, levantó su mazo y se dirigió al exterior, alerta a cualquier sonido.

No había nadie afuera. La estación de servicio y lo que alcanzaba a ver de la calle estaban desiertos. Los cuatro bidones estaban junto a las bombas, donde los dejaron minutos antes. Dio un rápido vistazo a su reloj. Diez minutos. Se colgó cruzado el rifle para liberar su brazo, y atravesó el mazo por el improvisado aro que pendía a un costado de su cinturón.

Tomó un bidón en cada mano y caminó a paso rápido. Eran sólo dos cuadras hasta el punto acordado, pero prefería tener tiempo de sobra para volver a recoger los otros bidones. Durante el camino lanzaba nerviosas miradas a su alrededor, pero todo parecía tranquilo.

Al llegar a la esquina del estacionamiento y puso ambos bidones en el piso. Levantó la vista en dirección al supermercado, y los vio.

Laura y Miguel empujaban hacia él un par de carritos que parecían llenos, y respiró aliviado. A esa distancia no veía sus rostros, pero debían preguntarse por qué estaba solo. Negó con la cabeza, en respuesta a una pregunta que nadie formuló, consciente de que era un gesto para sí mismo más que para ellos. Dio vuelta y caminó hacia la gasolinera para traer el resto de los bidones.

Levantó la vista al cielo y contempló las nubes. En un rato más caería una fuerte lluvia, pero eso no sería problema, ya estarían de vuelta en el refugio. Llegó hasta los bidones y volvió a revisar su entorno. No había nadie a la vista y el silencio era abrumador. Pobre Tom. ¿Un solo zombi en toda la ciudad, y tenía que encontrarlo al bajar la guardia en el baño?

La noticia sería dura para Laura y Ana, pero no había nada que hacer. Al menos tendrían el apoyo de su familia.

Echó un vistazo a su reloj. Cuatro minutos. Más que suficiente. Empezó a caminar, y de repente se dio cuenta de que, antes de que Samantha llegara con la camioneta, tendría que decirle a Laura que su padre estaba muerto. Tragó saliva y se odió un poco por no sentirse más afectado por lo sucedido. Él y Tom nunca fueron cercanos, pero le caía bien, y las cosas no serían lo mismo sin él.

Alzó la vista y se dio cuenta de que Miguel y Laura lo miraban con una silenciosa pregunta en sus semblantes. Exhaló con fuerza y volvió a mirar a su alrededor. ¿Por qué los zombis nunca atacaban cuando uno los necesitaba?

🄯 2020 Alberto Calvo Cuéllar
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