Cuentober 2020, día 18
Sanguinario heredero
El familiar peso de su espada en las manos lo llenaba de dicha. Con un rápido movimiento en arco eliminó a dos oponentes más y rió al ver que el resto emprendía la retirada lanzando temerosas miradas en su dirección.
Tras varias semanas sufriendo el aburrido aislamiento que va de la mano con las labores diplomáticas, encontraba refrescante poder quitarse las ataduras y dar salida a su estrés en el campo de batalla. A veces deseaba que su padre se olvidara de la idea de entrenarlo para llevar las riendas del reino, pero sabía que era una responsabilidad que no podría evitar para siempre.
Le consolaba la idea de que, al menos por ahora, tenía frente a sí un reto que no requería el soso trabajo de la corte. Mientras sus hombres perseguían a las tropas enemigas, envainó su espada y caminó hacia el paje que se acercaba con su caballo. Alzó la vista al cielo, usando una mano para reducir el deslumbrante efecto sobre sus ojos, y volvió a contemplar la misteriosa estrella diurna, mucho más pequeña que el sol pero no por ello menos brillante.
El misterioso astro apareció tres días atrás, y en la corte se decía que era la manifestación de una antigua profecía, según la cual un segundo sol aparecería en el cielo para embrujar a los enemigos del reino, poniendo en riesgo la paz que habían disfrutado durante generaciones.
Mientras montaba, sintió un poco de culpa.
Sabía que si había algo de verdad tras esos supersticiosos rumores, mucha gente perdería la vida, pero una parte de él deseaba que así fuera. Era egoísta de su parte, pero no podía mentirse a sí mismo del modo que lo hacía con los demás. Su corazón ansiaba la batalla, el indescriptible rush de adrenalina que se apoderaba de él al entrar en combate.
Y si el mundo lo maldecía por ser fiel a su naturaleza, que así fuera. Tal vez el infierno le ofrecería un nuevo campo de batalla en el cual batirse por toda la eternidad.
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