Cuentober 2020, día 25
Helada planicie
Estaba hambriento. El frío no le incomodaba, pero estaba harto de la inacabable blancura que se extendía en todas direcciones.
No estaba seguro de cuando se había alimentado por última vez. Al huir se dirigió hacia el sur porque sabía que el clima haría muy difícil poder seguirlo. El sol se había vuelto una ocurrencia poco común pero no menos peligrosa, y su ausencia facilitaba perder la noción del tiempo.
En realidad eso no importaba. Hacía mucho que el tiempo perdió todo significado para él.
Pero sus fuerzas empezaban a menguar. Cuando atacaron su nido, la prioridad era escapar, y eso había hecho desde entonces. Ni siquiera sabía si alguien más había logrado salir del viejo sótano antes de que esos bastardos lo convirtieran en una trampa mortal.
Se sentía desorientado, pero estaba seguro de que sólo debía seguir moviéndose y eventualmente llegaría a alguna parte. Su única preocupación era el hambre, porque si se seguía debilitando corría el riesgo de quedar varado en algún lugar expuesto, y al recordar la energía que gastó de forma inútil... ¿ayer? se sentía furioso consigo mismo.
Estúpido pingüino.
Desde el momento en que lo vio se imaginó lo glorioso que sería poder encajarle los colmillos y alimentarse hasta dejarlo seco. Nunca imagino que la maldita bestia escaparía de él, no con esas cortas y ridículas patas. Arrancó velozmente en su dirección, pensando que en unos segundos saciaría su hambre, pero no fue así.
En cuanto el animal se sintió amenazado, corrió un poco hacia lo alto del iceberg y se lanzó de panza, deslizándose por la ladera, como si fuese un tobogán. Cuando lo vio hacer eso, lo invadió una enorme rabia, porque supo de inmediato que no lo iba a alcanzar y que, de haberse lanzado tras él, habría acabado en el agua.
Cuando lo convirtieron, nadie le dijo que aprender a nadar le sería de alguna utilidad.
Sacudió la cabeza y siguió caminando.
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