Cuentober 2021, día 10: Hijastra

Sueños de princesa

Al abrir los ojos de inmediato notó el familiar destello en su ventana. Hielo.

Las primeras heladas anunciaban la llegada del invierno. De niña le encantaba despertar y correr a la ventana a contemplar los restos de escarcha acumulada en el alfeizar antes de que se derritiera. El sol de la mañana los hacía brillar como si se tratase de cristales preciosos.

Más grande cambió su forma de recibir la temporada. El invierno la llenaba de melancolía, y extrañaba el color y perfume de las flores en su jardín. Pero ahora no sentía nada. Desde la muerte de su padre vivía en un permanente estado de tristeza que nada tenía que ver con las estaciones.

Se levantó y empezó a vestirse. Su familia no tardaría en llamarla.

Familia. Rió con amargura al pensar en ello.

Cuando murió su madre quedaron sólo ella y su padre, y aunque la extrañaban, eran felices. A veces sorprendía a su padre sumido en contemplaciones, y su triste mirada le decía que estaba pensando en su madre.

Un par de años después conoció a aquella mujer y no tardó en hacerla su esposa. A ella no le caía bien, pero al principio se hizo el propósito de aguantar, pues su padre parecía feliz con ella y eso era lo único que importaba.

Cuando cayó enfermo todo cambió, sobre todo para ella. Apenas se alejaba de la habitación de su padre, la estricta disciplina que su madrastra imponía sobre ella se transformaba en hostilidad y malos tratos. Ella se limitaba a bajar la cabeza y hacer lo que le decía. No quería resistirse para no ocasionar un disgusto a su padre.

Y ni hablar de sus hermanastras. Ese par de amargadas solteronas actuaban como niñas malcriadas y exigían trato de princesas. Durante mucho tiempo pudo sacarles la vuelta y evitar problemas, pero cuando su padre murió se le acabaron los refugios. Volver a pensar en él la hizo sentir una honda desesperación.

No le molestaba que la obligaran a hacer el quehacer de la casa, pues se mantenía ocupada, y hacía mucho que no dejaba que sus desplantes la afectaran, pero se sentía sola.

Algunos días, luego de terminar los quehaceres y guardar los baldes y escobas, se quedaba un rato en el ático. Le gustaba fingir que ése era su castillo y que ahí podía hacer todo lo que quisiera.

Fantaseaba con tener amigos y sirvientes, o mejor aún, sirvientes que además fueran sus amigos. A veces incluso fingía charlar con los ratones que se escondían en aquel oscuro lugar. Esos momentos de escape le permitían construir a su alrededor una armadura que le ayudaba a resistir los ataques de su familia.

Mientras se lavaba la cara, escuchó a su madrastra llamándola. Se apresuró a secarse y contempló su rostro en el espejo por un instante. Odiaba el sobrenombre que le daban esa mujer y sus hijas, además de que le parecía absurdo. Recordó sus pálidos y agrios rostros y pensó que, si se pareciera a ellas, con gusto se cubriría el rostro de ceniza para ocultarlo. Entonces sí tendría sentido que la llamaran así.

Sonrió ante la idea y se apresuró a salir. Abrió la puerta y los gritos empezaban a multiplicarse por toda la casa. Suspiró mientras gritaba "¡Ya voy!" y cerró la puerta suavemente.

🄯 2021 Alberto Calvo Cuéllar

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