Cuentober 2021, día 11: Víctima

Homicidio sin pistas

Nadie le advirtió que la vida de un detective consistía en un noventa por ciento en llenar formas e informes.

Tres años en la academia de policía y cuatro más estudiando por las noches para obtener una licenciatura en criminología. Y eso sin contar los casi cinco años de servicio en las calles antes de que siquiera lo dejaran hacer el examen para detective, y ahora se preguntaba si no estaría mejor patrullando las calles.

Su único consuelo era que un par de años antes de hacer su examen el departamento por fin invirtió en un sistema de cómputo y se deshizo de las máquinas de escribir. El trabajo era igual de tedioso, pero era más fácil corregir errores y no debía lidiar con el ruido de las teclas. Siempre le había parecido muy molesto.

Se levantó para ir por más café. En realidad era sólo un pretexto para estirar las piernas y quitarle presión a su espalda.

De vuelta a su escritorio revisó una última vez su reporte y lo archivó en el sistema.

Suspiró y tomó el folder que coronaba la pila de papeles en su escritorio. Ojeó un poco los documentos y se detuvo al llegar a las fotografías de la evidencia y la escena del crimen. Era un caso complicado porque no había indicios.

El asesino dejó el arma homicida en la escena del crimen, pero no hallaron una sola huella. El infeliz (o la infeliz, se recordó a sí mismo pensando en las veces que le habían indicado que debía pensar de forma más incluyente) se había dado el lujo de ponerle un moño. Ahí tampoco había pistas. Era un listón común como el que cualquiera puede comprar.

Buscó la información de la víctima y la leyó una vez más, aunque a esas alturas casi la había memorizado.

Treinta y cuatro años, viuda desde hace dos, sin hijos. Tenía un rostro agradable, pero no era particularmente bonita. Maestra de historia en la secundaria, sin deudas, cero vicios y amada por vecinos y compañeros. Maldición, hasta sus alumnos la adoraban. Eso sí era raro. ¿Quién podía desear su muerte? ¿Fue una víctima al azar?

Tenía una docena de testimonios de gente que la conocía, y nadie tenía nada negativo que decir acerca de ella. Adorable, dedicada, buena amiga, interesada en sus alumnos. Un dínamo incansable, siempre trabajando o colaborando en su comunidad. Los elogios y lamentaciones se repetían una y otra vez.

¿Por qué entonces le abrieron la garganta de esa forma?

Volvió a buscar la foto con el cuchillo. La falta de móvil y el cuidado en dejar un "regalo" para la policía parecían apuntar a un asesino serial, lo que le provocaba escalofríos.

No sólo solían ser casos difíciles de resolver, sino que por su naturaleza requerían la acumulación de víctimas antes de que se pudiera discernir un patrón en la metodología o forma de elegir a sus blancos.

No sólo era frustrante esperar a que el asesino volviera a matar para empezar a trabajar sobre algo, sino que la espera le permitía pensar en las víctimas, lo que solía crear un nivel de simpatía que corría el riesgo de convertirse en una distracción. Pero no podía evitarlo.

Volvió a buscar la foto de la maestra. Su situación era la más triste. Pese a no tener familia, dejó a mucha gente que la extrañaba. Los medios aún no sabían del caso, pero no tardarían en hacerlo. Sería el tema de moda por un par de días, o menos si antes aparecía otra víctima.

Cuando eso sucediera, sería olvidada. Su primer compañero le dijo que no podía involucrarse con las victimas o jamás haría bien su trabajo, pero él estaba convencido de que actuar de otra forma iría erosionando su humanidad.

Miro fijamente la foto, y antes de ponerla de vuelta en el folder le prometió en silencio que atraparía a su asesino.

🄯 2021 Alberto Calvo Cuéllar

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