Cuentober 2021, día 15: Asco

Bocadillos lovecraftianos

Nunca antes había sentido tanto asco en una fiesta.

Se apoyó en el barandal y suspiró hondo mientras trataba de recuperar el aliento. Al menos pudo salir al balcón antes de que alguien notara que apenas podía contener las arcadas. Eso hubiera sido muy incómodo.

Se dio vuelta y echó un vistazo al lugar. No conocía ni a la mitad de estas personas, y esa era una de las razones por las que no quería venir. Esta estúpida fiesta era para celebrar el cumpleaños de un productor que lo odiaba. O al menos eso creía.

Aun así, aquí estaba. Pero hacía mucho que no le podía decir que no a Liz.

Una mirada y una cierta inflexión en su tono de voz bastaban para doblegar su voluntad. Y no creía que ella tuviera una peculiar capacidad de persuasión. Sí, algo había de eso, pero era algo más. Por mucho tiempo trató de convencerse de lo contrario, pero no tenía caso.

Estaba loco por ella.

Miró su reloj. Ella estaba fuera de la ciudad, pero le dijo que lo vería en la fiesta poco después de las ocho, así que no debía tardar.

Suspiró y volvió a entrar. Fue hasta la barra y pidió un agua mineral. Su estómago ya no se sentía revuelto, pero prefería no agregarle alcohol al menos por un rato.

Saludó a algunos conocidos e intercambió elogios superficiales y poco honestos con un par de colegas que no le simpatizaban.

Uno de ellos le preguntó en qué trabajaba, aunque era evidente que lo sabía, y no pudo esconder su envidia cuando le dijo que coescribía con el director el guion de aquella anticipada superproducción de horror.

Poco imaginaba aquel bastardo que ese trabajo era la causa del asco que sufría a la menor provocación.

"Reinterpretemos a Lovecraft para una nueva generación", había dicho el director la primera vez que se sentaron a hablar del proyecto. Entonces sonaba como algo excitante, pero tras varias semanas de trabajar en ello ya no sentía lo mismo.

No era que el material de origen le quitara el sueño, claro. Eran cosas que había leído desde la adolescencia y no tenía problema con nada de ello. De hecho, disfrutaba esas bobas historias.

El problema era lo que el director quería hacer para actualizar algunos de esos conceptos. Al principio le parecía un capricho extraño y pensó que el estudio les haría decenas de observaciones y exigirían que se reescribiera el guion, pero no fue así, tenían luz verde para seguir adelante.

Justo esa tarde el director lo invitó a visitar a los encargados de prostéticos para ver los avances de maquillaje y criaturas. Ahí vio por primera vez el arte conceptual y reconoció algunas escenas. El responsable del departamento le mostró orgulloso la forma y textura de los tentáculos. Se sentían tan reales que no pudo reprimir el asco, y no quería pensar en la forma en que serían usados en la película.

Nadie a su alrededor lo sabía, pero su ataque de asco de hacía un rato se debía a lo fresco que tenía el recuerdo de esas cosas. Volteó a ver la mesa del buffet y sacudió la cabeza.

¿Qué clase de idiota demente decide hacer una fiesta de gala con temática de Lovecraft? ¿Qué tan retorcido debía ser alguien para hallar divertida la idea de decorar los bocadillos de salmón y mariscos como si fuesen criaturas imposibles?

Una pareja pasó charlando frente a él y la mujer volteó a verlo mientras mordía una de esas cosas. Apartó la mirada y sintió que su estómago volvía a rebelarse.

Por un momento debatió consigo mismo entre salir de ahí y llamar a Liz para disculparse, o acercarse al buffet y probar uno de esos bocadillos. Pensó que quizá eso le ayudaría a acabar con las asquerosas fantasías de pesadilla que su cerebro construía al verlos.

Casi había decidido hacerlo cuando como por arte de magia olvidó todas sus preocupaciones.

Liz acababa de entrar al salón enfundada en un espectacular vestido rojo. Al menos un tercio de los asistentes a la fiesta también la vieron e interrumpieron lo que hacían o decían para seguirla con la mirada.

Le tomó un momento darse cuenta de que tenía la boca abierta, e hizo un esfuerzo consciente por cerrarla.

Ella ya lo había visto y caminaba directo a él, ignorando las reacciones a su paso. Cuando sus miradas se cruzaron ella sonrió y él sintió que el corazón le daba un vuelco.

Distraídamente tomó un bocadillo de la charola que alguien le puso enfrente y le dio una mordida mientras sonreía como idiota.

Al diablo con los envidiosos. Era sólo una película, el salmón estaba delicioso, y él era el hombre más afortunado sobre la faz del planeta.

🄯 2021 Alberto Calvo Cuéllar

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