Cuentober 2021, día 2: Abandono
Soledad
Se quedó ahí parado, viendo la puerta que se acababa de cerrar.
Apenas podía creerlo. Su esposa lo había abandonado.
En realidad no era una sorpresa. Llevaba años amenazando con hacerlo, pero en el fondo nunca la creyó capaz.
Sentía una sensación de vacío en el estomago, pero no podía explicar cómo se sentía. ¿Culpable? ¿Defraudado? ¿Dolido? Quizá un poco de todas esas opciones, pero había algo más.
Tras semanas de pleitos y discusiones, volvió a casa para descubrir que todo había acabado. Lo sospechó desde que vio el auto de su cuñado frente al edificio. Nunca se habían llevado bien, así que no se molestó en acercarse a saludarlo.
Al entrar a su departamento, su mujer lo esperaba en la sala. Apenas lo vio entrar se puso en pie, caminó hacia él y lo miró fijamente a los ojos. "Se acabó", le dijo. "No puedo más. Es obvio que esto no está funcionando y me queda claro que para ti hay cosas más importantes que este matrimonio".
Una lágrima brillante como una perla rodó por su mejilla, pero ella pareció no notarla. él reprimió el impulso de acariciarle la mejilla para secarla. Ella se paró de puntillas, le dio un beso en la mejilla y se fue sin decir otra palabra. No hacía falta.
Él sabía que la culpa era suya. Llevaba meses pensando que debía hacer algo, pero no sabía qué. Y ahora era demasiado tarde.
Caminó hasta el comedor y se sentó. Miró a su alrededor y sopesó el vacío que lo rodeaba. El silencio parecía burlarse de él, recordándole que estaba solo. En el fondo sabía que hacía tiempo que era así.
Recordó la breve charla con su vecino esa mañana. Ese gordo estúpido se había jubilado unos meses atrás, y no hacía más que espiar a los demás. Le preguntó por su mujer, esperando sacarle el chisme, pero algo en su tono le resultaba irritante, como si el maldito bastardo supiera lo que estaba pasando, y la verdad es que tampoco eso lo sorprendía.
Sus pleitos nunca fueron demasiado serios, pero sabía que bastaba con alzar un poco la voz para que cualquier conversación pudiera ser escuchada en los departamentos más cercanos, y con lo chismoso que era ese infeliz, podía imaginarlo atento a todo lo que ellos discutían.
Se levantó y fue a la cocina a servirse un vaso de agua.
El departamento era pequeño, pero el silencio lo hacía parecer demasiado grande. Hace varios años que vivía ahí, pero ahora se sentía incómodo, como fuera de lugar.
Al pensar en eso, por fin entendió la extraña sensación en la boca del estómago que no lo había abandonado desde que ella se fue: Sentía un miedo indescriptible a quedarse solo.
🄯2021 Alberto Calvo Cuéllar
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