Cuentober 2021, día 8: Salvador

Un duro trabajo

Dejó escurrir los últimos rastros de sangre por la coladera y cerró la llave.

Enrolló la manguera para colgarla en su lugar y se quitó los guantes. Limpiar era un trabajo tedioso, pero alguien debía hacerlo, y no podía pagar para que alguien se hiciera cargo.

Se sentó en la banca para quitarse las botas de hule, y pisó tentativamente frente a sí. El suelo ya no se sentía pegajoso. Excelente.

Se calzó unos cómodos zapatos deportivos y se preparó a salir. Antes de apagar la luz echó un último vistazo para asegurarse de que todo estaba limpio y no había nada fuera de su lugar y, satisfecho, apagó la luz y salió.

En la calle lo deslumbró el sol matutino, así que antes de empezar a caminar sacó sus gafas oscuras. Era un lindo día, así que no pudo resistir el impulso de silbar una melodía mientras se encaminaba al parque.

Era una parte de su rutina que en verdad disfrutaba. Tras pasar toda la noche en el laboratorio, jorobado sobre su mesa de disección, era agradable poder relajarse y estirar las piernas.

No renegaba de su trabajo, claro, era una labor muy importante que nadie más iba a hacer, pero agradecía la oportunidad de darse un tiempo para descansar mente y cuerpo de tan dura labor.

Caminó hacia su banca favorita, tal como hacía todos los días, y se sentó a admirar del paisaje. Adoraba ese parque. Por la zona de la ciudad en que se encontraba, rara vez había niños, así que los sonidos predominantes eran el canto de los pájaros y el suave susurro del viento al mecer las copas de los árboles.

Al otro lado del estanque alcanzaba a ver a una pareja de chicas que caminaban tomadas de la mano, y a la anciana mujer que todos los días a la misma hora sacaba a pasear a su perro.

Miró su reloj y se levantó. El viejo Tom ya debía tener abierta la fuente de sodas, y se le antojaba un helado.

Mientras caminaba recordó los sucesos del día anterior. Fue una decisión difícil, pero necesaria. Su viejo amigo estaba demasiado cerca de descubrir lo que hacía en su laboratorio todas las noches, y todavía no estaba listo para que compartir sus hallazgos.

Pensó en su mirada de reproche un instante antes de ser electrocutado y sacudió tristemente la cabeza.

Era natural que se sintiera traicionado, como si hubiese recibido una puñalada a traición, y no tenía caso malgastar tiempo y saliva en tratar de explicarle. Era obvio que jamás lo entendería. Nadie lo hacía.

Pidió un helado doble de vainilla con chispas de chocolate. y volvió a salir. A lo lejos escuchaba voces que aumentaban de volumen de forma irritante. Se detuvo un momento y miró a su alrededor en busca del origen.

Un grupo de adolescentes gritaba mientras reían y se empujaban unos a otros y caminaban en su dirección.

Apretó los dientes y dio la vuelta para alejarse de ahí. Quizá era momento de volver a su trabajo, aún si nadie lo agradecía. En especial esos tontos mozalbetes.

Volteó a ver a los jóvenes con cierto despreció antes de seguir adelante. Con paso firme se encaminó de vuelta al laboratorio.

Iba a salvar a la humanidad a cualquier precio, y no importaba si para ello debía matar uno a uno a toda la gente a su alrededor.

🄯 2021 Alberto Calvo Cuéllar

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