Cuentober 2021, día 1: Detective

Asesinato múltiple

Con una exhalación, el detective se dejó caer en su silla y se frotó los ojos.

Estaba cansado, pero no se sentía con ánimos de ir a casa. Minutos antes el capitán le dejó claro que su trabajo dependía de resolver el caso lo más pronto posible, y no tenía mucho con qué trabajar.

Miró a su alrededor y se sintió molesto. Alguien en esa habitación había hablado con la prensa y filtrado detalles que no debieron ventilarse al público. La noticia sobre el siniestro crimen se difundió por todos los noticiarios y en redes sociales, sin ofrecer muchos detalles pero haciendo énfasis en que una de las víctimas era un niño de diez años. El procurador no tenía respuestas para los medios, así que ventiló toda su frustración sobre los responsables de la investigación.

Levantó una vez más el reporte del laboratorio y suspiró. El lugar estaba limpio, no había huellas digitales ni rastros de ADN, así que la única pista era un botón que encontraron cerca de la puerta. Presuntamente pertenecía a la ropa del asesino, pues no hallaron una sola prenda en el departamento a la que le faltase un botón. Pero se trataba de una pieza genérica, un sencillo botón negro, de plástico, como los de cualquier suéter, y ni siquiera era "de marca".

Un callejón sin salida.

Las cámaras de seguridad tampoco habían sido de ayuda, pues desde el momento en que entró al edificio el asesino ya portaba una máscara. Pidió las grabaciones del sistema de cámaras de tránsito, e incluso las de la tienda de conveniencia al oto lado de la calle, pero lo único que mostraban era a un hombre de estatura media, vestido todo de negro de los pies a la cabeza y con el rostro cubierto. Todo apuntaba a que llegó caminando al lugar desde algún punto ciego en la cobertura de las cámaras.

Otro callejón sin salida.

Se sentía cansado, pero más que eso, descorazonado. La investigación sobre la familia no había arrojado nada que pudiera representar una pista. No había indicios de alguna rencilla o enemistad que pudiera llevar a sus muertes. Ambos padres trabajaban, pero no parecían tener problemas con nadie. La madre de ella estaba todo el día en casa, y la hermana de él estudiaba en una universidad pública. De acuerdo con los vecinos, eran una familia normal, no se metían con nadie y llevaban buena relación con la mayoría de ellos.

Entre más le daba vueltas al asunto, más se convencía de que era un caso sin sentido. El apartamento estaba en orden y no había indicios de que se hubiera tratado de un robo, pues además de los teléfonos y computadoras, hallaron en el lugar algunas alhajas, pero nada de un valor que las hiciera particularmente notables. No había un móvil aparente ni sospechoso alguno. Los mataron de forma casi casual, con frialdad y metódicamente, pero nada apuntaba tampoco a que se tratase de un asesino serial. Todavía.

La cabeza le daba vueltas, se sentía perdido. Una familia de cinco, incluyendo a un menor de edad, había dejado de existir sin una razón aparente. Esa clase de investigaciones podían tomar semanas antes de que apareciera alguna pista, y eso sólo a veces, pues en muchos casos se trataba de casos que permanecían abiertos hasta caer en el olvido.

Leantó otra vez la cabeza y miró a su alrededor, ahora con más atención, reconociendo el apagado pero familiar bullicio de la constante actividad a su alrededor. El suave golpeteo plástico de teclas y las apagadas conversaciones, el suave rodar de las sillas mientras la gente se sentaba o ponía de pie, además del ocasional timbrar de un teléfono o los gritos para llamar la atención de alguien más. ¿Qué razones tendría alguien ahí para filtrar información a la prensa?

Se trataba de un asunto que los hacía ver mal a todos y no beneficiaba a nadie. Al no tratarse de un crimen espectacular o llamativo, era poco probable que algún reportero pagara por el pitazo. La nota saldría del ciclo de noticias en un par de días, máximo. No era un tema atractivo para los medios más allá de la tormenta inicial, e incluso era poco probable que el procurador enfrentase más hostilidad. Pero por lo pronto, debía trabajar bajo presión. El único beneficiario de todo esto era el asesino.

El asesino...

El detective se enderezó lentamente en su silla y se impulsó hacia adelante para acercarse a su escritorio mientras pensaba furiosamente. Hacía más de un año que había dejado de fumar, y por un momento extrañó su viejo hábito. De forma distraída le dio un trago a la taza de café que había olvidado que se sirvió antes de que el capitán lo llamara. Hizo una mueca y resistió las ganas de escupir. No sólo sabía horrible, sino que estaba frío. Pero al menos le sirvió para espabilarse un poco.

Lentamente recorrió con la vista el lugar, repasando los rostros y nombres del personal de homicidios, incluyendo a los que no estaban ahí en ese momento. Era una idea terrible, pero era lo único que tenía. Por un instante se sintió mal por desconfiar de sus colegas, pero mientras anotaba los nombres pensó que en realidad no eran sus amigos. Apenas los conocía, y la verdad era que casi ninguno le caía bien.

Sacó una libreta de un cajón y empezó a anotar nombres mientras sacudía la cabeza.

Si estaba en lo cierto y el culpable era un policía, la tormenta mediática de las últimas horas no sería nada comparado con lo que se vendría.

Miró de reojo su reloj, aunque en realidad no le importaba la hora. Iba a ser una larga noche.

De todos modos, no tenía nada que hacer.

Lo más difícil sería explicarle al capitán por qué necesitaba acceso a los archivos del personal. Lo peor que podía pasar era que lo tachara de loco y lo despidiera.

Exhaló profundo y sonrió con cierta amargura. Ni siquiera le gustaba su trabajo.

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🄯2021 Alberto Calvo Cuéllar

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