Cuentober 2022, día 22: Funeral (mortaja, agua, llama)

Ritos finales

Las atenciones mostradas por todos a su alrededor casi la hacían sentir culpable.

Era comprensible que todos se mostraran afligidos por ella y se tomaran cualquier cantidad de molestias para asegurarse de que estaba bien. Después de todo, pese a que aún no cumplía veinte años de edad, ya era viuda.

Su marido fue uno de los hombres más respetados de la comunidad, pero ella sabía que jamás fue querido, y entendía mejor que nadie por qué había sido así. La verdad era que su marido había sido un bastardo que había causado dolor y miseria a sus vecinos aun si ninguno se atrevía a reconocerlo en voz alta.

Y en privado era aun peor.

Nunca la había golpeado. Tampoco había tratado de forzarla en las cada vez más frecuentes ocasiones en que se negaba a tener intimidad con él. Pero había muchas otras formas de maltrato, y el infeliz se había asegurado de explorarlas todas durante el casi año y medio que estuvieron casados.

Por eso, cuando se presentó la oportunidad de poner fin a su suplicio, no vaciló ni un instante. Y ahora era una joven viuda en una posición privilegiada, con todas las ventajas que acompañaban a su unión, sin tener que soportar más de aquel infierno que había sido su vida marital.

Todos asumían que su mirada vacante y casi imperceptibles respuestas a quienes se presentaban a darle el pésame eran producto de que aún no asimilaba su pérdida, pero la verdad era otra. Su mente volvía una y otra vez a la escena de esa mañana, cuando tuvo que supervisar la preparación de la mortaja.

Entonces los nervios casi la habían traicionado, y cuando la apartaron del cadáver para ofrecerle un poco de agua no dejaba de lanzar furtivas miradas hacia el cuerpo de su difunto esposo, casi esperando que en cualquier momento se pusiera en pie para reclamarle lo que había hecho.

Pero nadie más lo sabía. Ahora, con la mirada vacía y aparentemente perdida en la danzante llama de la antorcha en sus manos, la cual iba a usar para encender la pira funeraria, repasaba una vez más en su cabeza cada paso que siguió para cubrir sus huellas y ocultar lo sucedido.

Sintió la mirada del sacerdote y se esforzó para encontrarla. Cuando éste asintió con la cabeza, asió con más fuerza la antorcha y con pasos lentos y calculados avanzó hasta la pila de madera. Tras un instante de vacilación, extendió la antorcha y la sostuvo un momento hasta estar segura de haber encendido la pira.

Retrocedió un poco sin apartar la mirada. No podía dar la espalda a la escena, y tampoco se hubiera atrevido a hacerlo. De a poco las lenguas de fuego envolvieron los restos mortales de quien fuera su atormentador, y con su cuerpo desaparecería también toda posibilidad de que se descubriera lo que en verdad había ocurrido.

Esa realización le permitió relajarse. Una vez que el cuerpo empezó a arder, la tensión por fin abandonó su cuerpo y empezó a sollozar. Los presentes creían que por fin se manifestaba su duelo, pero la verdad era que se trataba de lágrimas de felicidad, de alivio ante la idea, que ahora aceptaba como real, de que por fin iba a ser una mujer libre.

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🄯2022 Alberto Calvo Cuéllar

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