Cuentober 2022, día 25: Maldición (brote, resbaloso, nómada)

Estancia peligrosa

Maldijo entre dientes y arrojó al suelo el puñado de negras yerbas que había arrancado.

Era la misma planta, no tenía duda, pero aquello no tenía sentido. Jamás había sido supersticioso y no pensaba empezar ahora, incluso si su mente era incapaz de hallar una explicación a lo que estaba sucediendo, pero tenía que aceptar que algo extraño estaba sucediendo y que de algún modo era culpa suya.

Caminó un poco entre las ordenadas hortalizas que él mismo ayudaba a cuidar y sintió una desesperación que lo hacía querer arrancarse los cabellos. El brote de la maldita yerba estaba por todos lados. Dio vuelta sobre sus pasos e inició el camino de regreso a la cabaña. Debía empacar e irse lo antes posible, y retrasarlo uno o dos día más no iba a ayudar a nadie.

Había llegado un par de semanas atrás. Su primo lo recibió con los brazos abiertos, y aunque al principio su mujer no parecía muy contenta, en pocos días se la ganó a base de trabajo duro, y los niños parecían encantados de tenerlo en casa y lo seguían a todas partes. Los últimos días le habían recordado lo que era tener una familia, pero no podía quedarse.

Pensó en buscar a su suegra y resolver las cosas, pero parecía que se la hubiera tragado la tierra. Su casa estaba abandonada y hacía meses que nadie sabía de ella. Quizá fuera la última persona que la había visto, pero no se lo contó a nadie, aun si nunca olvidaría aquella noche. Como todos los días desde su regreso, había estado bebiendo cuando la vieja apareció para reclamarle por sus acciones.

O, mejor dicho, por su ausencia. Pese a los ruegos de su mujer, él se había ido del pueblo en busca de fortuna, y aunque le prometió que volvería en un año, sus planes habían fracasado uno tras otro y mientras se le ocurrían nuevas formas de ganar dinero rápido y sin esfuerzo, pasaron los meses, y sus llamadas a casa se volvieron cada vez más esporádicas.

Cuando por fin volvió se encontró con la sorpresa de que su casa ya era el hogar de alguien más. Habían pasado más de tres años de su partida, y tras hablar con los vecinos supo que su esposa e hijo habían fallecido meses atrás luego de una larga enfermedad. Quisieron avisarle, pero nadie sabía dónde estaba ni cómo contactarlo, y eventualmente todos siguieron adelante con sus vidas.

Sin saber qué hacer, se había hospedado en el único hotel del pueblo y pasó casi una semana bebiendo solo en su habitación. Así lo encontró su suegra, que siempre se opuso a que se casara con su hija. Le reclamó por su abandono y le echó en cara que hubiera dejado morir a su mujer e hijo mientras vagaba por ahí sin hacer nada. Lo llamó de muchas formas, y le lanzó una maldición.

Le había dicho que si tanto le gustaba viajar, lo iba a hacer por siempre, que era como una mala yerba y que si alguna vez trataba de echar raíces llevaría miseria y muerte a todo y todos aquellos cercanos a él. Y entonces se fue y nadie la volvió a ver. Pero sus palabras le habían bajado la borrachera. Al día siguiente había dejado el pueblo para siempre.

Pasó unos días en casa de sus padres, pero tras la muerte del perro y la aparición de la yerba negra en los rosales de su madre, decidió irse. Visitó a su hermana y nadie murió, pero la maldita planta comenzó a invadir las macetas de las ventanas, así que huyó antes de que todo empeorase. Días atrás había hablado con su madre, que le contó que sus rosales mejoraron poco después de su partida.

Ahora entendía el alcance de la maldición que pesaba sobre él, y era momento de aceptar que su destino era convertirse en un nómada. De ahora en adelante tendría que vagar por el mundo, condenado a seguir en movimiento sin detenerse más de unos días en cualquier lugar. No volvería a tener un hogar y la sola idea de formar una familia era un sueño imposible.

Trató de sacar esas ideas de su cabeza conforme se acercaba a la cabaña. Seguir ese hilo de pensamiento era terreno resbaloso, y no quería que los chicos notasen lo afectado que estaba, aunque era difícil que no se dieran cuenta de que algo le pasaba. Pensó que una vez más estaba perdiendo a su familia y se le estrujó el corazón.

Respiró hondo y tragó saliva. Tenía que aprender a vivir solo, a no bajar la guardia y a cerrar la puerta a todo aquel que quisiera volverse parte de su vida. Toda su vida había sido un egoísta, y ahora debía serlo aún más. No podía condenar a nadie a compartir con él aquella maldición.

🄯2022 Alberto Calvo Cuéllar

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